En la oficina siempre tuve la desgracia de quedar ligeramente aislado del núcleo de actividades del resto del equipo de trabajo. O estoy atrás de una columna, o estoy en otro piso, o estoy al fondo donde no se puede llegar fácilmente, etc. Siempre estoy cerca, pero con alguna barrera conceptual que me separa un poquito. En donde estoy ubicado ahora no solo estoy separado ligeramente de mis compañeros de proyecto, sino que no tengo a nadie al lado. O al menos no lo tenía hasta hace un par de semanas. Y estoy seguro de que es un pervertido.
Algo así. Pero diferente.
Tanto tiempo sin nadie en un radio menor a los 5 metros me ha convertido en una persona sensible respecto a mi espacio personal y al contacto físico humano accidental. Ahora que tengo a este merodeador permanente instalado al lado, inevitablemente el aura de mi percepción sensorial siente la presencia de un extraño en las cercanías, en particular cerca de mi codo derecho. Ocasionalmente algún cable, auricular, hoja, cuaderno o mochila toca mi codo, y eso me pone extremadamente sensible. Demasiado tiempo aislado del contacto humano, y ahora siento que en cualquier momento me tocan el codo, me paro, le parto la laptop por la cabeza al grito de “¡¡Soltame el cooodooo eeeennnferrrmmmoooo!!”.
Algo así. Pero ninguno es un gatito. Y no estamos
en el bosque, estamos en la oficina. Y no lo
ataco con mi garra, sino con su propia laptop.
Y hay más sangre. Pensándolo bien, no se
parece en nada a esto.
A veces lo veo que habla por teléfono con un tal Jorge, quien asumo que es otro pervertido adorador de codos igual que él. Puedo sentir como clava su mirada lujuriosa en mi codo mientras le responde a su interlocutor, ansioso de tocarlo con un cable o con su propio codo, tan suave y ágil como sucia y pervertidamente. Creo que voy a empezar a venir de mangas largas a la oficina, estar sentado acá de mangas cortas mostrando el codo me siento como una zorra… COMO UNA ZORRA. Seguro le gustaría que viniera con algo que tenga un agujero en el codo, lo que el debe llamar “escote de codo” o “escodote”.
La hora del almuerzo no es más tranquila.
Frecuentemente deglute productos como estos,
algo que para él debe representar un sensual
festín alimenticio.
Esto no pasaba cuando tenía a un conocido en el lugar de este acodosador. Seguro, había toques con el codo, incluso una exagerada cantidad de halagos y chirlos en los glúteos, pero todo de una forma inocente y masculina. Este sujeto de camisita mirando fijamente con deseo al punto de flexión de mis extremidades superiores es algo que me incomoda. También creo que se hace el que está trabajando y cuando puede me saca una foto del codo con el celular, lo hace creyendo que no me doy cuenta, pero que esté con los auriculares todo el día no me hace un ente desconectado de su entorno. Seguro en su casa tiene una habitación entera empapelada con fotos de codos que saca acá en la oficina, en el subte, colectivos, bares, etc.
Seguro esto lo excita. Y seguro que se baja películas de rehabilitación
de lesiones en el codo. Y va mucho al traumatólogo.
Empiezo a creer que me está afectando incluso fuera de la oficina. El fin de semana tuve que pedir indicaciones para llegar a una heladería, y quien tan gentilmente me daba instrucciones sugirió como camino “seguí derecho dos cuadras, hacé el codito y doblá a la derecha” pude sentir como se me bajaba la presión. Presa del pánico, golpee a ese anciano con su propio andador y corrí por mi vida. Mientras corría me pregunté a mi mismo porque esa obsesión erótica con los codos, afortunadamente la internet tenía la respuesta: un codo bien flexionado se parece a un culo:
La eterna pregunta de la humanidad:
¿Culo o Codo?