Al pensar en Buenos Aires, uno tiende a pensar en al menos dos grandes divisiones, Capital Federal y Provincia, diferencia entre ambos sectores provista por la autopista General Paz, testigo preferencial de accidentes y escucha de insultos por gente atascada en plena hora pico.
Sin embargo, a medida que uno se concentra más sobre Capital Federal (o acerca más el mapa de Google Maps), empiezan a aparecer cantidades de nuevos límites y divisiones propuestas en forma de barrios o distritos, que no solo tienen como fin el poder administrar de mejor forma a los habitantes de la ciudad y todos los problemas que ello conlleva, sino que además pretenden separar social y culturalmente a quienes los habitan. El solo nombrar Las Cañitas, Belgrano, Constitución o Avellaneda (dejo Palermo para dentro de unos momentos) inmediatamente transmite ciertas ideas respecto de las costumbres y características de sus habitantes.
Pero, aumentando el zoom aún más para centrarnos en la zona de Palermo, la situación cambia de color y adquiere matices más grises, dado que la mencionada zona sufre en carne propia una división sectorial mucho más detallada y complicada. A lo largo de los años, vaya uno a saber quien, decidió que no alcanzaba con vivir en Palermo y era mejor vivir en alguna zona más exclusiva aún, a la que decidió llamar Palermo Chico. Y un montón de desconocidos decidieron hacer lo propio, con lo que Palermo se transformó en zonas tan dispares como Palermo Hollywood, Palermo Chico, Palermo Soho, Palermo Viejo, Palermo Queens, etc. Si tuviese que apostar dinero ahora mismo, podría aventurarme a contener a dichos desconocidos dentro de un grupo social, que no pertenece a las personas de alto poder adquisitivo como podría pensarse, sinó que se asocia más bien con los empleados, gerentes y dueños de inmobiliarias y su permanente tendencia de relativización barrial para poder elevar los precios de los inmuebles. Así, es posible elevar el precio un 20% solamente agregando un modificador al nombre del barrio.
Ciertos inconvenientes cotidianos nacen a colación de esta división no reflejada en ningún mapa, como por ejemplo los tipos de negocios que proveen a los vecinos. Se multiplican los locales de ropa y accesorios en la misma medida que se reduce la cantidad de almacenes, los cuales pasaron a llamarse Drugstores o mini-markets, y como sucede siempre en Palermo, cuando cambia el nombre también cambia el precio.
Tanta estructuración barrial también ha germinado la canibalización del propio barrio de Palermo al punto tal que uno no puede decir simplemente “vivo en Palermo”, puesto que el interlocutor pone cara de expectativa y espera el corolario a la frase donde indicaremos precisamente en que sección del barrio estamos ubicados. Al prolongarse el silencio, el interlocutor podría llegar a preguntar “en que parte de Palermo?”, dejando solo la posiblidad de agregar un adjetivo/sustantivo que suene anglosajón. En caso de que el mismo no corresponda con una de las divisiones previamente establecidas, siempre se puede replicar que “es nuevo”, lo cual nos dejaría en la mejor situación posible. Situación adversa supone el no agregar más nada, con lo cual nos colocaremos instantáneamente en el papel de boludos.
¿Y que sucede con las personas que vivieron siempre en Palermo y ahora descubren que viven en Palermo Soho? ¿Están obligadas a cambiar sus costumbres para asimilarse al entorno? Porque seamos honestos, un señor en camiseta y pantuflas comprando facturas no es exactamente lo que a uno se le viene a la cabeza al transitar por esas geografías. Esa persona ahora deberá vestirse correctamente solo para poder adquirir alimento desayunable en el mini-market cercano (anteriormente conocido como El Almacén de Don Tito), probablemente con ropa adquirida en algún negocio cercano que refleje su nuevo life-style, apreciable no solo en su incomodidad sinó en la cara de susto al descubrir que las facturas comparten con la vestimenta el sobreprecio y valor agregado que imponen los nuevos límites inter-barriales. Y después viene la gente. Al ser ahora zonas siempre concurridas, el habitante Palermo-hollywoodense no encuentra lugar para estacionar el auto, a no ser que posea garage propio. Y con la gente viene el ruido, la proliferación de restaurantes, bares, resto-bares y boliches hace que el habitante Palermo-sohónico pase a ser un mero espectador insomne de la actividad exterior que se filtra en su dormitorio en una mezcla de risas, escapes de autos y griterío histérico de señoritas.
De momento, y mientras viva en otro barrio, planeo seguir formando parte de la fauna nómade que visita los Palermos durante los fines de semana.
1 comentario:
Muy didáctico. Ya estoy pensando en un nuevo microemprendimiento, una especie de tour o guía turística para llevar a los extranjeros que nos visitan, o a los mismos argentos que deseen aprender algo más de sus vecinos en capital federal, en donde podrán observar las diferencias entre nichos palermistas con sus diversas faunas correspondientes y sus propias costumbres o comportamiento.
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