Pago un pasaje de ida
para poder entrar
Y me empiezo a enterrar
en esta crema
Sabida es la absoluta necesidad general de las mujeres respecto de la colocación de cuanta crema, espuma, loción, maquillaje, rubor, spray para el pelo, brillo labial y demás productos embellecedores que pudiesen caer en sus manos; sin importarles el costo que pudiesen tener y más preocupante aún, sin importarles si realmente van a mejorar su apariencia en algo.
Conozcan a Hilda, una mujer que desafía a
todas las cremas a embellecerla. Hasta
el momento permanece invicta.
Los hombres, afortunadamente, carecemos de ese instinto de encremación excepto por los productos obvios y de absoluta necesidad: espuma de afeitar y loción after-shave. Aplicarse cualquier otra cosa al margen de los mencionados productos es considerado inmediatamente un acto de metrosexualismo descarado y que en caso de persistir pasará a ser catalogado como homosexualidad crónica, mal tratable solo con un tratamiento de consecutivas patadas en el orto que se ha discontinuado porque comprobamos científicamente que muchos de los pacientes disfrutaban del mismo. Sin embargo, aceptamos plenamente el uso de cremas embellecedoras en las damas siempre y cuando no insistan con utilizar máscaras toda la noche para dormir o se introduzcan en cualquier lodo que se proclame como curador/reparador/revitalizador/rejuvenecedor.
Única práctica para la cual los hombres autorizamos
a las mujeres a meterse en el lodo. Cualquier otra cosa
que hagan con el mismo no nos interesa
Sin embargo, y para lo que voy a decir tengo un culpable ya seleccionado, los hombres argentinos parecemos obligados a vivir embadurnados de productos contra nuestra voluntad. Hasta hace unos días nos vimos obligados a untarnos repetidamente con alcohol en gel, pero como era algo a realizar solo en el área de las manos decidimos tolerarlo lo mejor que pudimos y compensamos tamaña mariconada insultando más de lo debido.
Por más barbijos, alcohol en gel o Tamiflu que
tengas a mano, si andas besando chanchos
todo esfuerzo cae en saco roto
Pero el aumento de las temperaturas ha traído consigo un viejo enemigo: el dengue. Aunque este asunto ya lo cubrí en el post Hello Goodbye, vengo a refrescarles que la obligación a usar repelente que plantea el propio instinto de supervivencia nos obliga a embadurnarnos mucho más de lo que preferiríamos. ¿Y el culpable? Como mujer adicta a las cremas y demás tratamientos ungüentales que es, señalo con el dedo a Cristina Kirchner como clara responsable del embadurnamiento general, constante y pegajoso de toda la sociedad argentina.
Esta es la forma de la dupla K de “profundizar el plan de gobierno”: tener a la población bien encremadita
Y cuando por fin decidamos tomarnos unas merecidas vacaciones de todo, tendremos que utilizar eternas cantidades de bloqueador solar factor 400 solo para no morir calcinados culpa del cambio climático. Además, especial cuidado deberán tener con el mismo, puesto que una mala aplicación o descuido nos dejará unas hermosas marcas rojas dolorosas que solo podremos tratar con… más productos embadurnables tales como cremas o gel post-solar.
Quemadura por el sol que además de ser dolorosa
e incómoda, revela una verdad innegable: este
tipo apesta a trasero (traducción libre)
Así, sea por el motivo que fuere, estamos obligados a sentirnos húmedos y con el ligero poder adhesivo que la sucesiva aplicación de productos dermatológicos le ha conferido a nuestra piel. No nos queda otra, tendremos que vivir embadurnados.
No hay caramelo para la sed 
Open your eyes 

I ain’t the worst that you’ve seen












Quizás por el destino o quizás porque inexorablemente las cosas se tienen que dar de una forma y no de otra, lo cierto es dicha actividad siempre la había realizado solo o en compañía de mi esposa. Vez tras vez, día tras día, desde el comienzo hasta el fin, siempre lo hice con ella o en su defecto, totalmente solo aunque acompañado con mis pensamientos y mi imaginación. El devenir de la primavera, la forma en que el calor aumenta en forma inversamente proporcional a la superficie de tela utilizada para cubrirse de las inclemencias del clima, el florecimiento de las hormonas, una decisión estudiada pero aún así tomada de apuro; todo llevó a que ese día comenzara en forma diferente.
La relativa calma que anticipa la tormenta estuvo presente durante todo el día, pendiendo sobre mi como una daga dispuesta a caerse sobre mí con total impunidad y que solo a fuerza de concentración es posible mantener suspendida sin que se derrumbe sobre nosotros con las previsibles consecuencias para nuestros crispados nervios. Llegada la hora tomé mis cosas y me retiré disimuladamente, para que nadie se percate de lo que para mi era obvio. Momentos después estaba allí, esperando que esa puerta se abriese, y visiblemente traicionado por mi inquietud me sorprendí al momento en que se abrió. Adentro no estaba yo solo, ni estaba solo con mi mujer, los habitantes se contaban por decenas, por cientos. Me acomodé como pude entre esos extraños, todos sabíamos para que estábamos allí, era inútil hacer un comentario al respecto. La complicidad de las miradas, la puerta ahora cerrada que anulaba cualquier intento de cobardía y escapatoria. Todos sabíamos que se trataba de un viaje solo de ida.
Los aromas se intensificaron, las texturas salieron a relucir, el contacto de los cuerpos fue inevitable. Las miradas, la respiración agitada, la concentración absoluta en no perder el equilibrio ante los impredecibles movimientos de un grupo de personas que por un momento parecían un solo ente. El sudor imperceptible que cae por el pecho, la sorpresa ante un efímero contacto de una mano anónima contra mis glúteos. Unas tras otras las sensaciones se acumulan rítmicamente y sin pausa en esa ensalada mixta de hombres, mujeres, adultos, jóvenes y yo. Ocasionalmente la puerta se abre para dar paso a nuevos jugadores que inmediatamente pasan a ser parte de lo que acontece dentro, y para dar despedida a aquellos que consideran ya han jugado lo suficiente.
Cuando siento que ya he llegado demasiado lejos, a fuerza de un contacto corpóreo aún más violento me abro paso entre los seres que sin darse cuenta me retienen y me invitan a permanecer allí con ellos. Finalmente estoy fuera, del otro lado de la puerta. Mientras sigue abierta, contemplo hacia adentro y veo que todo continúa tal y como antes, nadie notó mi incorporación en su momento y nadie nota mi repentina baja. La puerta se cierra en mi cara y emprendo el regreso a casa, agotado, despeinado y ligeramente sudado.
Hoy, ligeramente falto de inspiración aunque no falto de temas sobre los que escribir y a los cuales espero dedicarles algo de tiempo durante la semana, preferí dejarles un fragmento de mi última adquisición literaria, 

Si me gustan las canciones de amor
