El nombre, probablemente nuestra primera marca que nos señala como individuos únicos e identificables, que nos confiere cierto sentido de identidad luego del desparramo genético que ocurre cuando la congregación familiar se reúne alrededor del recién nacido para desmenuzarlo en los diferentes ascendentes genealógicos: “tiene las orejas del abuelo”, “tiene los ojos del padre”, “tiene la boca de la tía”, etcétera. Luego de separarnos por partes solo para indicar que en realidad no somos nada como individuos más allá de un rompecabezas de franken-family, mejor que alguien nos ponga un nombre decente.
- Tiene la pera del abuelo…
- Tiene la barba del tío… un momento… ¡tiene barba!
- ¡Tiene mi cigarro!
- ¡Tiene un arma, corran!
Lamentablemente, no siempre es el caso. Ya sea por tradición familiar, descuido, mala elección o simple sentido del humor los padres en ciertas ocasiones proporcionan a sus hijos con nombres que son, al menos, cuestionables y, al mas, absolutamente monstruosos. Partiendo de las Anacletas y los Sindulfos, pasando por los Ercilios o Marcianas, llegando incluso a las Alpidias o los Hermógenes, los nombres poco agraciados se repiten por doquier. Algunos hemos tenido la oportunidad de conocer Nicasios, y quienes pertenecemos a cierto selecto grupo incluso hemos tenido la oportunidad de saber de la existencia de un cierto Tertuliano Máximo Afonso. Y aunque hasta aquí la cosa pueda parecer poco conveniente, aún no hemos tomado en cuenta los nombre verdaderamente graciosos. Una mala combinatoria de nombre y apellido puede generar nombres que faciliten el chiste fácil y sexista, tales como Flor D. Turra o Deborah Meltrozo; otros nombres de concepción más simple o convencional requieren cierta habilidad para ser transformados en un modismo humorístico, dando lugar a chistes como “Pedro colocó gas acá y Antonio Gasalla” o “Jennifer López tiene conch y Brad Pitt”.
No es el caso de este sujeto, que tiene uno de
los mejores nombres en la historia de la humanidad:
Batman Bin Suparman. Solo superable por Max Power.
Aunque muchos puedan optar por cambiarse el nombre, muy pocos podrían optar por cambiarse el apellido, no solo por la complicación legal que ello implica además del deshonor familiar al que uno será expuesto, momento en el cual tíos, primos, abuelas y propios padres dejarán de considerar que parte de tu anatomía se corresponde con la de ellos: lo único que será de su interés es tu trasero y cuan fuerte pueden catapultar su pié derecho hacia el mismo. Por lo tanto para mantener el sentido del humor será necesario casarse con alguien de apellido que combine con el propio para transferir a los futuros hijos un merecido sentido del humor. Por ejemplo, yo debería haberme casado con una chica de apellido Giménez, solo para que mis futuros hijos se llamasen <Nombre> Pastor Giménez con todo lo que ello implica. A fin de cuentas, si yo viví el estigma del mencionado mano-chanta, ¿porque mis hijos tendrían que estar absueltos de la misma carga?
Con semejante apellido, ¿quién neceesita
campañas publicitarias? ¡Es imposible que
no quede grabado en la memoria
para siempre!
4 comentarios:
jajajjjj buenísimo!!!
Para mi uno debería poder cambiarse el nombre si es necesario, sin tanto quilombo. Ya que el apellido hay que aguantarlo venga como venga... total ¿a quien le gusta su nombre?
Jajajja...
Mi madrina le puso de nombre a su hija: Sol Celeste . Horrible.
Mis abuelos se llaman: Lucinda, Silvino y Vitalina. WTF?
Yo escuché de una pobre llamada Piedad Amianno :P
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