Vamos A Un Lugar…

La gran mayoría de los hombres no disponemos del encanto, seducción o poderes sobrenaturales de los que si disponen los galanes de Hollywood, que solo con su presencia alcanza para tener a sus pies a cualquier harén de mujeres: Bruce Willis consigue con una mirada lo que nosotros podríamos conseguir solo con años de intentos, regalos, cortesías y un poco de acoso lo suficientemente bien planificado como para no ser descubiertos por la dama en cuestión o la policía que rodea su hogar luego de las denuncias que se refieren a “un sujeto que merodea la zona en actitud sospechosa y va a todos lados con una cámara de fotos de esas que tienen mucho zoom”.

Algo así, pero sin el atractivo físico o el talento
para tener tu propia película. Y la chica que te gusta
no está tan buena, ¡come-gordas!.

Mucho menos contamos con la magia de Barry White, asunto que ya tratamos antes, capaz de convencer a cualquier mujer de someterse a sus deseos prácticamente sin intentarlo y dejando todo en el poder vibrador sónico de su voz. La tarea que nos han encomendado es ardua y difícil, y además tenemos que llevarla a cabo en un boliche, con calor, ebrios y sin ningún tipo de habilidad para la danza o la articulación rítmica: la mayoría de nosotros somos saltadores y lo sabemos, nuestro éxito depende de un par de horas de delicado balance entre chamuyo y mentiras seducción y virilidad que podría darnos acceso a algún prominente escote.

¡Esh imposhible! ¡Ashi no she puede, esh imposhible!

¡Pero atento atento, amigo maquinista!* , sabiendo que somos idiotas absolutos en estos menesteres, debo advertirlo acerca del paso final de esta odisea de descarga hormonal: el momento de enrollar el carrete, de la última vuelta, de asestar el golpe final que la pondrá en knock-out para lo que resta de la noche. Hablo, si, del momento de invitarla al departamento, o a un motel si es el caso, para satisfacer nuestros deseos, tanto los más sublimes como los más perversos.

Les Luthiers severamente enojados al enterarse
que acabo de robarles un chiste.

Así, cuando la fémina se harte de ser manoseada en público por un perfecto desconocido (situación que seguro la hace sentir como un tesoro invaluable o una princesa encantadora), será nuestro deber llevarla a otro lado. Pero cuidado, porque presa de nuestras propias palabras y ligero retraso mental, podríamos caer en alguno de los siguientes errores:

• Decir “Vamos a un lugar más tranquilo”, y luego confundidos llevar a la señorita a una biblioteca pública o una clase de yoga. Luego, al intentar seducirnos contestar con un serio y categórico “¡'Salí boluda! ¡¿No ves que estoy leyendo/elongando?!”
• Decir “Vamos a un lugar donde podamos estar solos”, llevarla a su casa, saludarla desde la ventanilla del auto e irnos a nuestra propia casa para que cada uno pueda estar solo.
• Decir “Vamos a un lugar donde podamos hacernos mimos” y llevarla a una escuela para mimos o a pasear por alguna peatonal para ver a los mimos y las estatuas vivientes que suelen habitarlas. En un escenario más favorable, podrían terminar en algún dormitorio disfrazados de mimos, pero será necesario tener mucho cuidado de no gritar “!Ah, maldita sea, un mimo!”, buscar la .45 que guardamos en el cajón de las medias, vaciarle un cargador en el pecho y tirarlo por el balcón, ejercicio que se conoce como “Procedimiento de acción estándar frente a la presencia de un mimo” y es enseñado en cualquier escuela secundaria del conurbano bonaerense. Cabe aclarar que esquivando ambas situaciones uno igual podría sentirse tentado de repetir lo indicado en el post Osito Cariñoso: no lo hagan, se van a condenar a una vida de no ponerla nunca más.

El sexo entre mimos definitivamente tiende
a irse muy al carajo, no lo intenten. Además
no se que tratan de hacer… ¿es la escalera invisible?

 

 

* Nota: este chiste no es entendible sin haber escuchado antes las publicidades de máquinas cosechadoras que pasan por AM en LV3