Hay muchos tipos de hipócritas. Están los que van al laburo y cumplen las 8 horas sin hacer nada productivo pero de todas formas insisten en ser puntuales; están los que viven siempre a la vanguardia, disfrutando de sus 4x4 y yates en las costas del país mientras en el momentáneamente solitario departamento que los cobija durante las épocas menos cálidas se apilan las intimaciones de pago; están los que van a un recital solamente por decir que fueron y no se saben ni las letras. Y después están los Suchícritas. “¡¿Los qué?!” se estará preguntando el lector, y paso a explicar: los sushícritas son los hipócritas del sushi, personas que detestan la sola idea de introducir trozos de pescado crudo en sus bocas, pero lo hacen de todas formas en un intento por respetar ciertas convenciones sociales ligadas al grupo de personas que los rodea.
Casi podría verse como un medicamento. Viene en una dosis bien especificada, hay que comerlo de un solo tirón y el sabor no es exactamente una explosión de sensaciones. Además, por la cara que ponen algunos en el momento que sus papilas gustativas toman contacto con el mismo, podría jurarse que están tomando Reliverán. Pero no es un medicamento en el sentido tradicional, aunque nadie discute las bondades del Omega 3, sino que opera más como una vitamina social capaz de potenciar y fortalecer vínculos con aquellos que si disfrutan de la falta de cocción en sus frutos de mar.
Tradicionalmente, el sushi es un tipo de plato favorito entre las altas clases sociales y alto poder adquisitivo… como así también entre los pescadores chinos sin estudio que viven en chozas a la rivera de los ríos. Por puro sentido común, vamos a asumir que nuestros sushícritas quieren vincularse al primero de los grupos mencionados. El sushícrita es de un tenor social inferior a quien intenta adular, pero superior al del pescador chino: es un mediocre con todas las letras.
Así nuestro sushi-conformista accede a todas las invitaciones de aquellos que representan sus perspectivas de vida aún no materializadas solo para poder sentirse como ellos por un momento y pertenecer al grupo del cual todavía se siente excluido, aún cuando todo su cuerpo pretende exclamar estoy comiendo esta porquería cuando claramente prefiero un Whooper Extreme y que me agranden el combo. Claro, hay gente que disfruta del sushi porque realmente le gusta, y sería incorrecto referirnos a ellos como sushícritas, son simplemente personas con gusto por lo exótico, y no hay ninguna objeción contra ellos dado que no existen rastros de hipocresía en su actuar.
Finalmente, están los que van a un restaurant de comida oriental y desconocen la existencia del sushi o en que consiste, pero abrumados por la cantidad de opciones impronunciables que ofrece el menú se decantan por este tipo de plato que, al menos, han sentido nombrar en algún canal como Lifestyle TV o similares. No es de sorprender que breves instantes luego de que el plato ha sido depositado en la mesa, el comensal llame al mozo para anunciarle con expresión severa: “Mozo, esto está crudo”. La expresión severa muta hacia la vergüenza y la resignación de no poder cambiar el plato dado que, de hecho, está perfectamente bien preparado. Toma un roll con la mano, porque como es previsible, no sabe utilizar los chop-sticks, y lo acerca a su paladar. Y es aquí el momento bisagra de todo el asunto: esta persona está en la encrucijada que determina su futuro como amante del sushi, o como suchícrita.
Personalmente, prefiero mi pescado cocido y evitar esa bifurcación.
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