Buscando a Cacho

Seamos honestos, no importa cuan cultos, ordenados, prolijos o educados seamos, las mujeres invariablemente terminarán buscando, o al menos fantaseando, con un verdadero macho argentino. Tras intentar y fracasar en una relación profunda y sentimental con un hombre catalogable como “buen muchacho”, la mujer recibirá la honesta y brutal sugerencia: “Nena, vos lo que necesitás es conseguirte un buen macho”. En honor a la situación, voy a ayudar a las damas desesperadas a conseguir su macho, así que les propongo agarrarnos fuerte de la cintura cual trencito fiestero y adentrarnos en su búsqueda.

Lo primero que nuestro semental rompecorazones necesita es un buen nombre que transmita ese machismo indomable. Leandro… suena muy de barrio elitista; Sergio… suena a banquero; Arnaldo… suena a escritor; Cacho… es perfecto.

No voy a hablar de Cacho Castaña.
Pero casi.

Nuestro querido Cacho, como mencioné al principio, prescinde de cualquier tipo de cultura elevada a no ser que sea la aprendida en la mismísima escuela de la vida. Nada de ingeniería, estudio de canto, filosofía o artes marciales. Cachito no te balancea una distribución de pesos desigual, él te lo ata con alambre; no entona una ópera clásica, canta un tango de arrabal en la ducha; no piensa en lo extraordinario de la existencia del hombre, lee los chistes en la contratapa del diario; y finalmente, no te hace una toma de yudo, te caga a trompadas. Así, su ocupación laboral es básica, se siente más cómodo y en su ambiente haciendo tareas rudimentarias como ejerciendo de carnicero, verdulero o sodero. Si Cacho gusta de la conducción será colectivero o camionero, y lo podremos distinguir fácilmente por la disparidad del tono de piel que existe entre el brazo izquierdo, más oscuro al estar asomado por la ventanilla permanentemente; y el derecho, más pálido por ir resguardado del sol y bajo el gélido soplo del aire acondicionado.

“How You Doin’” (Joey Tribbiani dixit)

Cachín para desplazarse no elige autos importados de Alemania, ni descapotables franceses, mucho menos coupés japonesas. Este señor es tradicionalista, de los que prefiere el rudo peso del acero de Detroit, capaz de tumbar un edificio sin rayar la pintura y de arrancar trozos de asfalto en cada acelerada. Si, Cacho maneja un Torino, como Dios y la patria lo demandasen en su época. No solo eso, lo tiene reluciente, con todos los cromados impecables, los asientos mullidos y tapizados con alguna tela peludita. En lo posible, no tendrá los asientos deportivos, sino que tendrá el asiento delantero completo estilo sillón, infinitamente más cómodo a la hora de ponerse en acción con las señoritas. ¿Equipo de audio? Cualquiera que le permita escuchar su amado tango. Convengamos, no se ha molestado en colocarle cinturones de seguridad al auto, pretender que el stereo sea de última tecnología es un imposible.

No se ustedes, pero yo me encuentro
visiblemente excitado ante esta imagen.

Debido a la rudeza propia de su indómito ser, Cachete no es un ser particularmente delicado para hacer apreciaciones, sus piropos gozan del mismo refinamiento que transmite la idea de un mono abriendo un coco contra una piedra. Y es exactamente lo que se busca en Cacho, una absoluta y total falta de elevación expresiva respecto al sexo o puesto. Así, variando entre las profesiones que ya mencioné, Cacho hará comentarios plenamente cargados de doble sentido referenciando a chorros de soda, morcillas o pepinos. Encontrándose arriba de un vehículo, se limitará a tocar la bocina en tandas de dos sonidos cortos acompañados de un “¡Chau linda!” proferido desde la ventanilla.

Pepino con impermeable. Usen la imaginación y
extrapolen a lo más chancho que les venga a la mente.

Pero, lo más importante de todo: los Cachos están solo en Argentina. Si sos de otro lado, tenés que venir a buscarlos acá. Y si te fuiste a otro país, volvé.